sábado, 21 de septiembre de 2024

Nos hacemos mayores

 


  Estaba leyendo un librito de Francisco Narbona sobre Rafael el Gallo y al ver una foto de un pase de pecho, me ha venido a visitar la musa esa que Picasso decía que tenía que venir cuando estuvieses trabajando. Bueno, no esa precisamente, sino la mía que es muchísimo más modesta y limitada.

Son unos cuantos años ya de ver toros, toreros, festejos y de disfrutar de conversaciones con aficionados, profesionales y no tan aficionados ni profesionales (de todo se aprende).

Cuando escuchas hablar a gente mayor que tú sobre una de las edades doradas (el toreo ha tenido, por fortuna muchas) de la tauromaquia, te dan ganas de haber nacido antes para poder haberlo disfrutado. Mi vida taurina comenzó viendo al Viti o al maestro Camino por aquella tele en blanco y negro,  marca Zenith junto a mi padre y fraguó hasta la obesión, en los festejos mateos de la añorada Manzanera, ya en la época de máximo esplendor de Paquirri. De ahí hacia atrás, me perdí el poder ver con mis propios ojos a algunos toreros legendarios. 

Aquellas tertulias de café y brandy (o sólo café como Rafael) han pasado, hace años, a mejor vida. Los toreros ya no son héroes para el gran público y son escasos los personajes del mundo de la cultura (pocos pero buenos) que se acercan a ellos para simplemente, hablar por hablar, que es lo que se hacía en aquellos sitios.

Uno ya va teniendo su historia a las espaldas y la suerte de ver crecer, madurar y por qué no, envejecer a una pléyade de toreros, que no son más de lo mismo y que posiblemente, si esto de los toros dura, que servidor tiene ya serias dudas, serán "venerados" por los aficionados y profesionales como lo fueron Rafael, Belmonte y tantos otros con menos nombre, pero no con menos arte.

Disfruto de la edad de los toreros, de cómo sienten, de cómo hablan, de sus recuerdos, de sus anécdotas, de su sabiduría en la cara del toro, de sus gustos personales y profesionales y cómo no, de su toreo. La verdad es que es un placer conocer a unos pocos que también me cuentan cosas de primera mano, de otros tantos a los que admiro.

La madurez del toreo, es como la madurez de la vida, todo más pausado, más pensado, más sincero, más realista y un puntito más egoísta, porque cada día que pasa, se hacen las cosas y obviamente, el toreo, más para llenar el espíritu de uno mismo que para satisfacer a los demás.

Ayer fue el cumpleaños de Rubén Sanz, que sin llevar tantos lustros de alternativa aunque ya sean bastantes, anda desde que dejó el chupete dedicado al toro. Sigue obsesionado con mejorar pero no a costa de no sentir y aunque toree dos corridas al año, es más torero que los que llegan a cincuenta, o al menos y por no hablar sin conocimiento de causa de otros matadores con los que no trato, es igual de torero que ellos.

Urdiales este año ha cumplido veinticinco de matador y sigue también dedicado en cuerpo y alma a mejorar en su concepto, en lo que él cree, convirtiéndose en alguien incapaz de traicionarse aún a costa de la incomprensión de quienes ahora sólo quieren disfrutar del movimiento y no de la pausa.

Morante, otro que es auténtico por mucho que digan que le persigue la impostura de un personaje, también lleva lo suyo en esto y no creo, problemas de salud aparte, que quiera estar demasiados años ya delante de la cara de los toros. Busca sin duda hacer lo que siente y tal vez es el único capaz, hoy en día, de convencer a los que no lo hacen, de que tienen que sentir, porque ese es el toreo que merece la pena.

No quiero que piensen que con todo lo escrito, estoy excluyendo de mis gustos personales a toreros "más nuevos". Hay gente que me gusta y por la que puedo "hacer kilómetros" y los que más me atraen son precisamente aquellos que, como suelo decir, siguen buscando, porque la búsqueda es el motor y el eje del toreo interior, del que se hace para llenarse uno mismo, para como ha quedado ya escrito, sentir.

El otro día, hablando con un amigo de un hipotético festival en el que pudiéramos traer a matadores retirados de los que podrían todavía ponerse delante de un novillo, no nos salían apenas nombres que realmente nos apeteciesen. Lejos quedan los tiempos de aquellos eventos que se celebraban en la plaza de toros de Haro en los que teníamos oportunidad de ver a auténticos Dioses del toreo, como lejos queda aquel festival de Villalpando, homenaje a mi querido Luis Miguel (otro de los taurinos con los que podría estar horas hablando de lo que es y no es torear) en el que Sánchez Puerto les dio un repaso a todos los actuantes con una torería de las que ya es prácticamente imposible ver en una plaza.

A lo mejor es cosa de la edad y a lo mejor me está ocurriendo lo mismo que le ocurría a mis mayores cuando hablaban de un pasado idealizado, o tal vez no tan idealizado, sino mejor, a secas. Pero lo que es evidente es que el toreo, el que se hace hoy en día, ha cambiado y no sólo el toreo, sino muchas, demasiadas, cosas que lo rodean.

Así que a estas alturas, mucho me temo que no voy a cambiar de gustos, con respeto a los demás, eso sí, porque para gustos colores, pero yo me voy a quedar con la media docena que todavía es capaz de llegarme al corazón y cómo no, con mis recuerdos.

P.D.- ¿Alguien ve a Rafael el Gallo llevarse en ese pase de pecho la muleta a la hombrera contraria? ¿no?, pues por algo será.

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