sábado, 11 de mayo de 2024

Primera de San Isidro 2024: Deprisa, deprisa

Foto: Plaza1

Hace ya unos años que la primera plaza del mundo se ha convertido en una torre de babel en la que ya no es que se hablen muchos idiomas en función de las múltiples nacionalidades de los visitantes, es que el idioma taurino, que en la esencia y con sus comprensibles y bienvenidos dialectos, debiera ser uno, no lo es.

Ya no se entiende el lenguaje de los signos que va dejando un toro desde que sale por chiqueros, o se malinterpreta. No se sabe descifrar el porqué de cada acción-reacción de cada torero y su oponente y lo peor de todo, es que no interesa saberlo.

Madrid, esa capital de España a la que llegamos "los de provincias" con el ritmo vital  más pausado, tiene la prisa metida en las venas. Como escribía el otro día en twitter, los minutos de silencio son de veinte segundos, los alguacilillos llevan a los del paseíllo casi a ritmo de marcha atlética y los presidentes sacan el pañuelo blanco sin que ni siquiera se le haya podido dar un capotazo a un toro abanto de salida. Las faenas pausadas, rara vez se consienten (la última que recuerdo fue la de Pablo Aguado hace unos años en otoño) y eso de que haya un lapso de tiempo entre muletazo y muletazo, se lleva bastante mal. 

García Pulido se encontró con un toro de confirmación que exigía un conocimiento más profundo del encaste, para que los muletazos fuesen igual de profundos. Ganó el toro. El sexto tuvo el alma que le quedaba a la tarde, nada.

Morante  dio un recital de torería incomprendido con su primero, igual de intenso que su sainete a espadas y al segundo tal vez le atizó demasiado en el caballo, pero aún así, poco más que ese maravilloso inicio (con la espada de verdad en la mano) hubiese aguantado.

El tercer toro, primero de mi querido Urdiales, sale igual de abanto que sus hermanos, pero hay un momento en el que el Pirri le deja el bicho a Diego para llevarlo al caballo, que ya le indica al torero que puede servir para la muleta. Como he escrito, Madrid ya no repara en que un simple capotazo de un matador de toros, para colocar a un animal, en el que éste quiere meter la cara, puntea cortito el capote y empuja con el morro hacia adelante, sea una señal.

De hecho, Madrid se sorprende cuando ve que Urdiales (éste sí que no tiene prisa) les brinda un toro que ellos no entienden y más sorpresa les produce todavía ver cómo en el segundo muletazo el torero ya está toreando (lo que es torear), porque tampoco sabe, como sabe el torero, que el toro puede rendirse pronto.

Cuando la cátedra entra en la faena, llega el toreo a la mano izquierda y en el tercer natural que fluye y  se corea, el toro ya dice que no da para más y las embestidas cambian, no a mal, sí a peor, y sobre todo, a contraestilo de Madrid, porque aquello se ha de ralentizar y el personal no está para perder el tiempo. El bicho ya sale desentendido del embroque y cuando Urdiales vuelve a coger al derecha, el toro ya no es el mismo, porque se defiende, tardea y protesta aunque parezca que la sigue,  pero parte  del respetable no se entera y cree que el toro que antes no valía, ahora es muy bueno.

Después de tirarse como un león tras la espada, Urdiales reivindica su vuelta al ruedo tras  una petición, no mayoritaria pero suficiente y hace bien, porque está revalorizando el toreo frente a quienes sólo quieren movimiento y velocidad y tienen tanta prisa, que la vuelta al ruedo en cuestión no es que les moleste por merecida o inmerecida, les molesta porque ya quieren ver lo siguiente, cuando ni siquiera han sabido paladear el ahora.

domingo, 4 de febrero de 2024

Rubén Sanz: Viajeros al tren

                     

  

En Japón (hay que ver lo lejos que está el Japón) todavía se bajan de los trenes unos señores vestidos como un director de banda de música en un desfile, luciendo una gorra de plato que por lo que yo vi, siempre les queda grande. Aquí ese oficio ya se ha perdido, pero  en las escenas de las pelis en blanco y negro  rodadas  generalmente en sórdidas estaciones, de entre el vapor de las locomotoras, surge una voz, que grita ¡viajeros al tren! consiguiendo que como mucho, suba el protagonista y a veces, por otra escalerilla, el malo.

El tren de Rubén está a punto de llegar y ahí está él, esperando con una desordenada maleta de tanto hacerla y deshacerla intentando conciliar media docena de angustias, una bolsa de lágrimas, muchos miedos, porque el que no tiene miedo ni es torero ni respeta al toro, tres pares de responsabilidades, cuarto y mitad de sentimiento y un montón de arte y toreo. La maleta, si bien no es grande, pesa tela y  a veces duda si podrá con ella, pero Rubén está en forma, preparado para subir al vagón con su billete de segunda sin numerar, esperando ver una rendija, colarse en business y pedir un benjamín de champagne del caro.

Hoy, primera toma de contacto del año con dos animales en Calanda. Nada nuevo con respecto a otros Febreros, pero esa Chata de Soria guarda en sus arenas tantos toros soñados por Rubén, que no se nota que hace tiempo que no ve un pitón. 


Hace unos años era puro instinto, un tifón recién formado con prisa por absorber todo lo que tuviera a su alcance y buscar una salida, a ser posible, rápida. A día de hoy, el poso de la edad, miles de horas de toreo de salón y unos cuantos millones de cavilaciones taurinas, van forjando a un torero que ha aprendido a intentar pensar delante de la cara del toro cuando se debe y a dejarse llevar por las musas cuando se puede.

Yo no sé si los trenes pasan una vez, dos o cien, pero sí sé que ahora llega uno y de eso es de lo que hay que disfrutar y sentirse orgulloso en una estación vacía.

Suerte, amigo.

P.d. Las fotazas son de mi muy querido Carmelo Bayo, el Quijote de Oncala, el Menchevique de la tauromaquia, el Bécquer de La Cuesta, el Domador de gatos salvajes, el Espadachín Alatriste..., en definitiva: el hombre.


                  






domingo, 3 de diciembre de 2023

90 ramas de Romero



Noventa primaveras no exentas de unos cuantos duros inviernos tienen la culpa de que el Faraón de Camas haya alcanzado, de entre los mitos, la condición de eterno.

Mi padre ya hablaba de Curro en casa, de aquellas broncas (hasta en eso es especial) que durante años le perseguían por esas plazas de Dios, sin que nadie explicase el porqué de la fe inquebrantable de sus correligionarios. Para mí, aficionado en ciernes, la imagen de Romero, era la de un señor muy serio, entrado en años, agitanado, embutido en un traje de luces y resguardado por aquellos escudos que esquivaban los iracundos almohadillazos de quienes se sentían estafados. Con el tiempo se ha dicho, por el currismo obviamente, que aquellos enfados no eran producto de un engaño, sino consecuencia de la frustración por no verle torear. Cuando ya fui entrando en materia taurina, leyendo y viendo vídeos, maldije mi suerte de no haberle podido ver torear en la Maestranza. Sólo pude disfrutar de él en Burgos en un par de ocasiones y todavía recuerdo siete verónicas, siete y a un Gonzalito en perfecta simbiosis con su matador: con sólo levantar la mano en el burladero sin volver la cara, su mozo de espadas ya sabía que le tenía que poner un pitillo entre los dedos. "Qué bueno le sabe el sigarrito, Maestro", se escuchó desde el tendido. Y el Maestro asintió despacito.

Es muy difícil, para alguien tan limitado como un servidor, escribir sobre Curro Romero y no caer en los tópicos, repitiendo historias y anécdotas manidas sobre este ser tan especial, pero lo consiga o no, creo que como aficionado, se lo debo.

Estoy seguro de que si el Faraón volviese a nacer taurinamente en los tiempos que corren, hubiese sido un torero de los llamados "de arte" con muy pocas oportunidades y seguramente abocado al ostracismo. Hoy en día el público busca espectáculo, regularidad y arrestos, obviando en la mayoría de las ocasiones, el valor que hace falta para torear despacio y menospreciando la virtud del temple y el compás. Bien es cierto, que cuando en contadas ocasiones, a día de hoy se produce el "milagro", el desconcierto del personal al contemplar algo tan diferente, les lleva a plantearse en muchos casos, si lo demás merece la pena.

Curro fue y es un hombre sencillo al que aún a día de hoy, le sorprende y le agobia el agasajo y la idolatría existente hacia su persona y eso que Doña Carmen Tello ha ejercido con el torero una positiva influencia a modo de Pigmalión. Creo que de no tenerla a su lado, el de Camas, saldría poco o nada de su casa y se mantendría alejado de homenajes y eventos.

Curro fue y es un hombre sensible y ese es el mejor matiz que definió su toreo: el sentimiento. Consecuencia inmediata de ello: no se puede desarrollar algo que no se siente. A día de hoy tenemos todavía frescos esos tuits de Julián López "El Juli" en los que escribía: "hoy me he sentido". A sensu contrario, la interpretación de los mismos, es que había otros muchos días, incluso de triunfo,  en los que no se sentía. Curro se sentía siempre, y si no..., espadazo donde se podía y a otra cosa, porque torear sin sentir, no es torear; puede ser lucha, pelea, ansia de triunfo, pero no toreo. Y no me malinterpreten porque creo firmemente en que cada torero siente de una manera y que el sentimiento también existe en conseguir que una fiera corrupia no te arranque la cabeza, si bien a nivel artístico, eso es algo diferente.

Curro fue y es silencio consciente. Con el tiempo me he dado cuenta de que los pobladores de la tierra, a veces hablamos mucho pero no decimos nada. Cuando vi el final de la serie dedicada al torero, con esa mirada al vacío, nos dijo todo lo que en ese momento estaba pasando por su cabeza. Y es que, la reflexión a lo mejor no consigue hacer grandes toreros, pero sí grandes personas, seres que pueden presumir, aunque no lo hagan, de estar en la mayoría de ocasiones en posesión de la verdad, esa verdad  única que como escribió Tabucchi se quedó sola porque no encontró marido.

Curro fue y es, todo aquello que  nosotros no vamos a ser.

Nos conformamos con saber que está bien.

Felicidades Maestro.


viernes, 3 de noviembre de 2023

Ganadería de D. Antonio Palla: La madurdez de los otros Jandilla



Antonio, aparenta ser  de ese tipo de personas que piensa más de lo que dice y que aun teniendo las ideas muy claras, sabe que la vida que encierra una ganadería, es maravillosa unas veces y muy puñetera otras.

Consciente de la respuesta, lo primero que nos pregunta nada más subir en un todo terreno con más cornadas que el peto de un caballo de picar, es que cómo vemos esto del toro

Detrás de su aparente tranquilidad, subyace la tristeza de ver cómo el campo bravo más modesto y menos pretencioso, se ve más ahogado cada día por tres o cuatro factorías de toros, que ávidas de sacar rendimiento a todo, casi no dejan hueco ya ni en las novilladas sin caballos.







Su vida, la real, o quién sabe, la otra, la vive lejos de la ganadería, aunque sueña con que llegue de nuevo el jueves para ir a ver sus animales. Me dice que estaría todo el día recorriendo la extensa finca de arriba abajo viendo a las madres, a los becerritos e incluso a los cochinos de montanera que ayudan a sobrellevar el gasto que hoy en día supone criar a un toro bravo. En ese momento pienso, pero no lo digo, que yo si fuese ganadero me pasaría como él las horas muertas mirándoles. El toro tiene algo de hipnótico: una vez que se fija en ti y no te queda más remedio que bajar la vista, quieres volver a verlo, fijarte en sus reacciones, en sus ojos, en su morfología...



Antonio es un ganadero romántico que prefiere dejar que sus vacas mueran de viejas, a sacrificarlas una vez que no se preñan, de hecho, aún vemos por ahí a las fundadoras de la ganadería con el hierro de la estrella



Han pasado más de veinte años desde que un lote de vacas y un semental de Jandilla, diesen el pistoletazo de salida a esta aventura. La morfología se mantiene, como se mantienen ciertos goterones ancestrales que nos llevan a otras épocas de pelajes diferentes. Me comenta el ganadero, que le suele preguntar a Borja sobre el origen de esas capas y por lo visto lo tiene más que localizado a través de esos libros "milagro" que encierran la historia de una ganadería.



De regreso a la preciosa plaza de tientas, donde nos espera una copiosa chuletada cortesía de mi querido Club Taurino de Alfaro, nos detenemos en la encina más que centenaria, que nos recuerda el paso del tiempo y nos deja claro que a lo mejor envejecer no es tan malo.




P.d.- Hay muchos clubs taurinos en España, que se están haciendo "mayores". Es obligación y devoción moral de los que aún nos sentimos medio jóvenes, conseguir que nuestros socios más antiguos puedan seguir disfrutando de salidas al campo bravo. En la Rioja y alrededores, somos unos cuantos clubs, que perfectamente podríamos unirnos para que estos viajes se sigan realizando. No parece tan difícil esa unión a través del toro, en estos tiempos de todo lo contrario.

jueves, 21 de septiembre de 2023

el hemisferio derecho

 


Cuentan los que saben, que nuestro cerebro se rige por dos hemisferios: el izquierdo, mucho más racional y el derecho, que para mí es el bueno, que procesa los sentimientos.

Dicen además, que para el hemisferio derecho, no hay temporalidad. Todo sucede hoy, aquí y ahora. 

Ambos son complementarios y no excluyentes porque a través de la razón y del conocimiento, se llega mejor al sentimiento.

Me decía el otro día mi querida Maribel, que ver una corrida de toros es lo más parecido que hay a entrar en un museo y tiene razón: Admiramos cada cuadro en función de nuestro mayor o menor conocimiento y hay unos que nos encantan, otros que no nos dicen gran cosa y los más, que ni siquiera comprendemos.

El arte es así. 

El toreo es así.

Cada cual ve un matiz diferente y no por tener mayor o menor conocimiento, siente más o menos, sino que percibe la obra de una manera distinta. En resumen, el arte se percibe de un modo subjetivo.

El arte es múltiple.

El toreo es uno.

La afirmación es pretenciosa y aún así no es mía. No os la voy a explicar. Pensadla, el hemisferio izquierdo os dará una buena respuesta.

Ayer en la Ribera, me volví a emocionar y mi hemisferio derecho noqueó al izquierdo. Le pegó un sopapo a dos manos, que son las de un torero capaz de juntar los cuatro elementos que definió hace ya unos miles de años, un tal Empédocles de Agrigento y dominarlos de tal modo, que consiguió  controlar hasta la última mota de tierra que desplazaba su muleta, el fuego de los pitones y el recorrido del aire entre las telas. 

¿Y el agua?

La que encendía nuestras pupilas.

Siempre que estoy con Urdiales, procuro escuchar mucho, le dejo que hable, que me explique el toreo, porque el toreo es uno y él se lo sabe de pe a pa.

Y le doy la razón porque la tiene.

Aunque ahora le he pillado en una pequeña mentira:

Él dice que el toreo es imperfecto

Y ayer no fue así.