Cuenta la leyenda que los dioses de Teotihuacán, cansados de las tinieblas, decidieron crear el sol. De entre ellos, escogieron al más joven y apolíneo y consensuaron ofrecerlo en sacrificio para tal menester. Allí, en ese lugar mágico y sagrado levantaron una pira gigante formada con la leña de todos los árboles de la zona. Llegado el momento de la ceremonia el Dios elegido sintió miedo y la noche siguió reinando en la tierra de los aztecas. Nuevamente se reunieron y un viejo se ofreció voluntario, no era la mejor de las opciones, pero ante la negativa del joven, decidieron que fuese el sacrificado. Se lanzó al fuego y una enorme explosión formó en el cielo una bola de luz cegadora. El viejo se había convertido en el Dios sol. Arrepentido, avergonzado y ávido de notoriedad, el joven siguió los pasos del anciano y también se ofreció en sacrificio. Otro meteoro gigante iluminó la tierra. El resto de Dioses no vio con buenos ojos que existiesen dos soles iguales cuando el segundo era producto del afán de grandeza de aquel joven y uno de ellos lanzó un conejo sobre el astro para mitigar su luz, convirtiéndolo así en luna.
Por eso sólo hay un Dios Sol.
Y torea.
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