jueves, 8 de abril de 2021

La inocencia de Juan Belmonte



Hoy se cumplen 59 años de aquella tarde mil veces descrita, en la que mi admirado Juan Belmonte hizo, desde el parecer de quien esto escribe, lo que tenía que hacer.

No pretendo realizar otro panegírico del Pasmo y tampoco voy a volver a analizar los motivos por los que aquella "Luger" del calibre 6,35 puso el epílogo perfecto (nuevamente plasmo mi opinión) a una vida tan épica, como pudo ser la del Cid Campeador, la del Lazarillo de Tormes, o la de Roberto Alcázar y el Guerrero del antifaz.

Se ha escrito tanto, se ha elucubrado tanto, se han relatado tantas veces las mismas historias, los mismos hechos, desde puntos de vista diferentes, que parece haberse distorsionado una realidad evidente, que es, insisto, para mí, incontestable.

Y es que todavía existen "gallistas" como aquel ascensorista que cuando veía entrar a Sebastián Miranda en compañía de Belmonte, se dedicaba a dejarlos "colgados" entre piso y piso al grito de "viva Gallito".

El delito de Juan es haber trascendido de forma mediática, sin ser algo pretendido ni buscado, es más, me atrevo a escribir que el Belmonte que torea, reniega continuamente de su fama, de su entorno cultural y de todo aquello que no huela a toro. En cambio, el otro, el que viste a la inglesa, frecuenta las tertulias más codiciadas de Madrid o lee a D'Anunzio, es uno más de aquella generación que con su inquietud cultural supo "acelerar" el ritmo de un país aletargado. Es cierto que cayó en gracia a un determinado número de intelectuales y que merced a eso su éxito fue descrito desde muchos puntos de vista trascedentes, pero no es menos cierto que el personaje lo valía.

Antes del "héroe", mucho antes, están los brazos de un muchacho que apenas sabía coger un capote, pero lo hacía de un modo tan diferente, que consiguió salir de aquel barrio en el que, por circunstancias se crio, para trascender, no sólo a Sevilla, sino a todas y cada una de las plazas que pisó durante su dilatada carrera.

Claro que nada es comparable al conocimiento de José, ni a su magisterio, ni  a su elegancia innata, porque Gallito fue un superdotado y a día de hoy, creo que pocos pueden dudar que siga siendo el Rey de los toreros. Las fotografías  y el material de vídeo, nos dan una muestra de lo que fue, a los que no lo vimos, pero es que también están las crónicas, esas y las otras en las que a lo mejor hay que ahondar un poco más para conocer la verdadera realidad, en una época en la que nos "contaban" el toreo.

¿Pero cuál fue la verdadera realidad del Belmonte torero? 

Al revés que José, el Pasmo no mama el arte del toreo. El joven Juan, chulito de barrio, tan sólo tiene valor para quedarse quieto ("Belmonte no necesita las piernas para torear, le basta el poder mágico de sus brazos") ¿Es valor, o es impotencia? Sea lo que sea, queda claro que descubre bien pronto, que su baza para sobrevivir en aquella Sevilla de contrastes y con aquel ganado de medio pelo, está en sus brazos y en aguantar miradas cercanas. No hay técnica preconcebida, ni tal vez un propósito, pero sí un resultado ("No cabe duda de que Juan Belmonte ha llegado a amar su arte en sí mismo, como fin y no como medio de triunfo y de riqueza")

¿Y cuál es el resultado en función de esa realidad?

Por lo que nos ha llegado en forma de crónicas, podríamos decir que Belmonte no fue un torero regular, ni perfecto, ni un gran conocedor de los pormenores de la lidia. Y quizá en ello resida su grandeza, porque es más fácil definir lo que no era, que lo que realmente fue.
 
Tal vez los retazos de un par de plumas de la época, Don Modesto y Clarito, sean mejor respuesta y epílogo que cualquier cosa que pudiera yo escribir:

"...Si es verdad que sigue pisando el terreno que dicen que pisa en todas las suertes, si es verdad que se puede templar como él lo hace; si es verdad que no hacen falta ágiles piernas y buena contextura para andar entre los toros, habrá echado por tierra lo que creímos a pies juntillas. Con lo visto, he tenido bastante. Si me equivoco, me retiro de los toros, y hasta del mundo. Me iré a un convento".

"...Probablemente si Joselito hubiera, él sería un torero de época... ¡Ah, pero de la época de Belmonte, de ese Belmonte sin piernas, de brazos portentosos!"

(Fragmentos extraídos del libro de Francisco Narbona: Juan Belmonte, cumbre y soledades del Pasmo de Triana)



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