Cuando ayer me dirigía hacia la Ribera con mi amigo Pablo García Mancha, con el que voy pasando los años y las conversaciones a veces livianas, otras profundas pero siempre interesantes, observábamos a un grupo de jóvenes cuya vestimenta, zapatos y peinado nos hicieron pensar que hacían juntos un macropedido online a Cortefiel y Sebago y que después lo estrenaban yendo al mismo peluquero. Nos preguntamos a cuál de los tres toreros habrían ido a ver. Pablo, por su parte añadió que también podrían ser seguidores de Ricardo Gallardo. El caso es que nos quedamos con las ganas de saberlo, pero con la agradable sensación de que hay más de un torero que lleva al público joven a la plaza. Es decir, que si esto sigue, hay relevo.
Nueva tarde de buena temperatura, la camilla intacta, el techo de la plaza cerrado, el ruedo que parece la playa de la Malvarrosa de arena que acumula y las mismas luces que no funcionan. Si a esto le añadimos un encierro de Fuente Ymbro muy desigualmente presentado, para mí muy fuera del tipo que busca esta ganadería y con algún toro con cara de novillo, nada nuevo que no hayamos visto ya durante la feria.
El caso es que la corrida tuvo sus "momentos" y sorpresas, en este caso agradables, si obviamos la actuación de Juan Ortega, al que vi tal vez atorado, o al menos sin el compromiso necesario para una plaza como Logroño. Cortó una generosa oreja, cierto, pero si no la hubiese cortado y hubiese salido a saludar al tendido tampoco pasaba nada.
Voy a escribirlo, porque hacía tiempo que no ocurría: Me gustó Roca Rey en el quinto toro, mejor dicho, me gustó en la parte seria (que fue casi toda) de ese quinto toro que no era nada fácil por el pitón izquierdo y aun teniendo más bondad y recorrido por el derecho, había que tirar de arrestos, técnica y temple para aguantar el chaparrón y más en esos terrenos frente a chiqueros (me he enterado de que los eligen porque el piso está medianamente mejor). Serio, bien colocado y olvidándose del público durante tres cuartos de faena. A lo mejor la merma física producto de un revolcón en su primer toro, le hizo concentrarse más en el toreo y olvidar la farándula, no sé. El caso es que si lo mata, yo le hubiese pedido una oreja y el público posiblemente hasta la pata.
Pablo Aguado es diferente y tiene que seguir siendo un torero diferente. Lo llevamos pidiendo desde aquella tarde gloriosa de Sevilla y por fin, de mitad de temporada hacia adelante, parece que este año está consiguiendo continuar por la senda de la sutileza, de la caricia, de los detalles, de la buena composición y de la línea argumental de una faena que apetece ver como apetece una manta, una peli y un chocolate un domingo lluvioso por la tarde.
Ayer nos enseñó parte de esas bolitas que dice el maestro Paula que les caen a unos pocos. Se tiene o no se tiene. En su primer oponente a mí me emocionó. No hubo ligazón pero hubo delicadeza, suavidad, buen gusto, hubo andares por la cara del toro, un kikirikí, o medio, no sé lo que era, que me hizo levantar del asiento y torería, mucha torería. Si a eso le sumamos una estocada de premio, la oreja bien concedida, pero las dos que le pedían se me antojan exageradas. En su segundo hizo un esfuerzo y no estuvo mal, pero no es su toro, ni yo quiero que Aguado esté para eso, porque ya hay más de medio escalafón que se ocupa de esas cosas. Disfrutemos lo diferente, porque de eso hay poco y ha de ser de vez en cuando.
Por lo demás, lo mejor y todo cuanto voy a escribir sobre este tema, es que la camilla sigue en su sitio, o si no es su sitio, al menos donde está y no se ha tenido que usar para acudir a paliar ninguna desgracia.
Hasta la próxima. O no.
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