jueves, 7 de enero de 2010

Huevos

Por regla general, se tiende a identificar en demasía los términos “torero” y “virildad”. A uno, que anda ya bastante alejado de los ardores pueriles, se le antoja la comparación como un tanto anacrónica. No me estoy refiriendo al tema de las mujeres torero, eso me lo guardo para otro comentario, sino que estoy rememorando a quienes en sus etapas más creativas, no han hecho gala precisamente de ese “valor intrínseco a la talegilla”:Curro, mi Curro, Paula (mi Paula) y algún otro que por estar en activo prefiero no mencionar.


El toreo no entiende de huevos. Cierto que hace falta valor para ponerse delante de un bicho de quinientos y pico quilos (y hasta de ciento cincuenta), pero eso, con perdón de la expresión, no se hace por cojones. Creo que puedo afirmar que si José Tomás fuese un “castrati” seguiría pisando los terrenos más expuestos de la plaza, como lo hace ahora y además, sería cantante de ópera.

No, no son huevos, porque si lo fueran, veríamos torear a cualquiera que tuviera exceso de testosterona, y no es así. Torear, lo que se dice torear, queda reservado a quienes, con independencia de su volumen testicular, razonan con tal arte y sentimiento, que bordean el umbral de la locura.

1 comentario:

Pablo García-Mancha dijo...

Se torea con el alma; ahí reside el verdadero valor, el valor sin ambages