domingo, 29 de agosto de 2010

Ocaso

Llevo todo el mes de agosto sin ver toros, ni siquiera en el campo al pie de una carretera perdida. Un mes de vacaciones puede dar para mucho, incluso para desconectar de las aficiones-pasiones  que contribuyen a dar sentido a  los otros once meses que acompañan al de agosto. Muchas veces he pensado, creo que todos lo hemos hecho, en una vida sin música, sin libros y sin esos pequeños-grandes hitos del fin de semana que hacen que todo sea más llevadero. El trabajo dignifica, eso ya se podía leer en las paredes de cualquier monasterio de monjes no contemplativos, porque a éstos últimos les resultaba más interesante la comunión con Dios. No reniego de mi profesión, pero reivindico e intento aprovechar mi tiempo de ocio como si mañana no existiera.
Ayer llegué de Lisboa a eso de las seis menos diez de la tarde. A las seis me esperaban enchiquerados seis astados de Ana Romero (Santa Coloma) y tres toreros, dos de los cuales son de interés para mí. No veo a Pablo en la plaza y llamo a Luis por si le ha podido la afición y se ha acercado a Calahorra. Está viendo la feria de Bilbao por televisión, han contratado a Diego a última hora y las comparaciones entre unas ferias y otras son evidentemente odiosas. De haberlo sabido, yo también me hubiese quedado en casa.
Los toros en Calahorra... pues eso, torillos de una feria que languidece como languidecen las flores en la tumba del difunto que nadie visita. Un cuarto de plaza, una presentación de pitones infame, ni un triste cartel en chiqueros que indique al menos la ganadería de la que procede el astado. El público que pide a Rafaelillo que banderillee (porque lo confunden con Ferrera) y el torero que se sonríe por no llorar.
Me planteo si las corridas de toros en el resto de los pueblos de España serán así y me respondo afirmativamente  y tal vez por eso, sólo tal vez, se vislumbre el ocaso. Mientras tanto en las negras arenas del coso de Bilbao, Diego se la está jugando frente a una mole del Puerto de San Lorenzo. Allí todo será más serio, habrá una tablilla puesta en chiqueros, los picadores no darán la vuelta al revés en el ruedo y los alguacilillos cuidarán de que la rueda de peones no llegue a derribar al moribundo astado.
Y Urdiales cobra, pero se libra. En cambio Ferrera, ante un minusválido al que el encaste le impide desmoronarse, cobra y se lleva dos trayectorias, una de veinte y otra de diez centímetros, enfundadas en el muslo.
Qué cosas tiene esto del toro...

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