martes, 15 de octubre de 2013

La tauromaquia de Banksy


Ayer Banksy, el grafitero de los grafiteros, el hombre sin rostro que dibuja en las paredes de cualquier ciudad y cuyas obras valen una pasta gansa, se dedicó, por mediación de un hombre de aspecto afable, a vender en pleno corazón de New York, unas cuantas obras suyas al irrisorio precio de sesenta dólares.
Creo que en toda una mañana vendió tres. Si la gente lo hubiese sabido, aquello no hubiese tenido parangón: bofetadas por estar en la fila (seguro que kilométrica) y hasta reventa del número de orden en la misma para adquirir una de las preciadas láminas.  Pero ya ven ustedes, nuestro esnobismo nos lleva a hablar de la obra no ya de Banksy, sino de Tiziano Becellio si es menester, en plan "yo la conozco en profundidad", "me gusta su trazo", o incluso con críticas como "eso no es arte", cuando en la mayoría de las ocasiones, no sabemos de esta gente de la misa a la media, limitando nuestro conocimiento a lo que apresuradamente nos pueda contar de ellos la wikipedia.
Cuantas veces os habrá ocurrido, como a mí, que durante una corrida el señor de la fila de atrás confunde al torero actuante con el que le precede en la terna o con el siguiente. Antes me volvía y sacaba a la gente de dudas, ahora ya la verdad es que no me molesto porque al fin y al cabo entiendo que la mayoría del público taurino, como he dicho muchas veces, no es aficionado, sino público.
 Pero es que, también ocurre que si un cuadro va firmado por un famoso pintor para muchos ya es bueno, aunque aquello no haya por donde mirarlo, ya que como dice el refrán, hasta el mejor escribano suelta un borrón.
Morante es el paradigma de pintor caro que no bendice todas y cada una de sus verónicas, en cambio, el personal no distingue lo bueno de lo malo y jalea todo. También ocurre al contrario: Fandilas, Jesulines, Riveras..., para el aficionado "culto" sencillamente no existen, en cambio yo afirmo (ya que no soy culto), que cualquiera de ellos a lo largo de sus muchas lidias, habrá dado un buen natural, o dos, o mil.

Banksy, el misterioso grafitero, nos ha demostrado a la gran mayoría que no somos sino un atajo de mulos llenos de prejuicios, que no se fijan más que en la firma del autor y no en la esencia del dibujo.

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