domingo, 28 de noviembre de 2021

Setenta veces siete

   

Foto: Revista Aplausos


  En fechas pasadas tuve la suerte de acudir a la presentación del libro sobre "Yiyo" escrito por Alfonso Santiago, un tipo que me cae especialmente bien, un buen periodista y uno de esos nómadas con quien me tropiezo hoy en Sevilla, mañana en Salamanca y pasado..., como decimos él y yo, "por esas plazas de Dios".

El acto, organizado por el club taurino de Arnedo en el Hotel Virrey que regenta mi querido José Luis, contaba también con la presencia de Diego Urdiales. La conversación entre periodista y torero, entroncando con las pocas pero intensas vivencias que por desgracia tuvo José Cubero, fue dinámica a la vez que íntima, porque si hay algo que va marcando cada día más el camino del diestro de Arnedo, es el torear y el expresarse con el corazón en la mano.

Hubo alguien, ya en el coloquio, que tuvo la gallardía de pedir perdón a Urdiales por no haber creído en él durante aquellas épocas en las que no ya torear, sino tentar una becerra en el campo, era una quimera.

Ser periodista, jurado en un bolsín, o del propio zapato de oro, ser presidente de una novillada,  el apoderado, o el maestro de alguien que está empezando en esto, además de gratificante si no eres profesional, es una gran responsabilidad.

Juzgar sin saber o sin conocer, por desgracia es un vicio adquirido y casi una costumbre del aficionado a los toros. Por supuesto que yo tampoco podría tirar la primera piedra y tal vez mis pensamientos a este respecto, me llegan tarde, como de costumbre. 

Si de profesionales hablamos, también hay ocasiones en las que por motivos ignotos, desde siempre existen determinados comunicadores que realizan o han realizado crónicas absolutamente aberrantes, como la que le dedica Navalón a un Yiyo que prácticamente no había salido en ese momento del cascarón taurino y que recoge el propio libro que nos ocupa.

Después, si llegan los triunfos, llegan los parabienes y los amiguismos de quienes no quieren quedarse fuera del carro, pero esa ya es otra historia.

Urdiales no es una excepción a la hora de recibir palos, comparaciones peyorativas desde la otra orilla del Cidacos y desprecios que han aludido incluso a sus más allegados. "Hablar es fácil" decía el otro día el torero de Arnedo, al que conozco lo suficiente como para afirmar que nunca se dedicaría a "pasar facturas" porque memoria tiene mucha, pero tiene más corazón.

Llegar a ser matador de toros es un milagro y precisamente por esa dificultad, se trata de dar tiempo al tiempo, de respetar ideas y de no poner coto a las ilusiones de alguien que una vez soñó con ser torero, llámese Urdiales, o Pepito Pérez. Ya se encargará la vida de marcar el camino de cada cual.

En el caso de Diego, el milagro ha ocurrido y ahora no sólo es matador de toros, si no que ha conseguido alcanzar metas impensables y lo que le queda. Pero de no haber sido así, desgraciadamente hubiésemos escuchado un nutrido rosario de mortecinas voces, entonando la única letanía del "ya lo decía yo".

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