viernes, 13 de septiembre de 2024

Carta abierta a José Antonio Morante de La Puebla

Querido Maestro:

Usted no se acuerda de mí, pero nos conocimos personalmente en su habitación del hotel Virrey en una corrida de Marzo en Arnedo. Nos presentó nuestro común amigo Aurelio, gran tipo. Nunca olvidaré la sensación de paz que usted transmitía aquel día. Hablaba poco, despacio y bajito, mientras se vestía acompañado de su primo y cómo no, de su inseparable Pedro. Pidió una cocacola y se encendió un puro que me dio mucha envidia. Por decir algo, le pregunté si se tragaba el humo esperando la que fue una respuesta obvia. Para usted fui un curioso más que se acerca a su habitación mientras se viste, pero para mí, penetrar en la intimidad de un torero, es como franquear la puerta de una pequeña iglesia románica en la que todo suele ser silencio y calma. El miedo, supongo que deambulará a sus anchas entre las sábanas, rodeando la silla en la que está ordenado el vestido de torear, e intentando dejar su oscura esencia en cualquier costura. Está pero no se le ve.

Después de tantos años, bien sabe usted que el momento de parar nunca llega, porque torero se nace, torero se es y torero se muere, pero muchas veces lo que queremos, lo que ansiamos, o lo que necesitamos, no es precisamente lo que el destino nos tiene guardado. Ya conoce aquella frase de Lennon que decía que la vida es aquello que va sucediendo mientras estamos ocupados haciendo otros planes. 

A lo mejor usted siente que no es usted, que es varios y eso a lo mejor duele, pero siempre hay que quedarse con lo poco positivo que en todo caso y por exiguo que sea, existe.

Usted es Belmonte, mi querido Belmonte, un revolucionario del toreo, que producto o no de la mejor historia jamás contada, marcó una época. Sé de buena tinta que usted se ha dado sus buenos paseos por Gómez Cardeña buscando... las musas.

 Pero es que usted también es Gallito... y la tinta de su bolígrafo todavía pervive en ese libro de firmas que hay en  el Pino Montano, ¿recuerda lo que escribió? "Como un peregrino..." Jamás olvidaré aquellas palabras escritas en aquel lugar en que cada resquicio recuerda a José, a Ignacio Sánchez Mejías y al Divino Calvo. Por cierto, no sé si usted lo sabe, pero también es Rafael el Gallo, con sus genialidades, con su generosidad y con digamos, "sus cosas".

Tiene que ser duro ser tantos y tan buenos en lo suyo. Quién nos iba a decir que aquel muchacho que maravilló en el Zapato de Oro de Arnedo sería tan grande como cualquiera de los tres grandes que he citado. El toreo se puede mamar, se puede asimilar, se puede imitar, pero el bueno, el suyo, como decía Bergamín, enlaza las yemas de los dedos con el corazón, de ahí que las cornadas sangren tanto y si no son mortales, curen antes de tiempo.

Mi particular cruzada en su favor, viene de lejos. Ya de matador de toros, lo vi una tarde en Zaragoza, creo que con un blanco y plata, no estoy seguro. Era usted muy joven y me terminó de convencer de que su toreo era el que yo buscaba. Han pasado muchos años desde entonces y no me podrá negar, que tras las amarguras de aquel domingo en Madrid en el que se encerró con seis toros para darle en el morro a quien consideró oportuno, pasó, años después, a instalarse en la comodidad de ir bien acartelado, sin presión, pero también sin ambición, hasta que un buen día decidió echarse la losa del toreo a la espalda y terminar con el cuadro. Nadie más grande que usted, nadie con más conocimiento, nadie con más torería, nadie con más valor, sí, valor, porque aunque usted tal vez lo ponga en duda, hace falta tenerlo y mucho para pasárselos tan cerca y tan despacio.

La primera vez que tuve la ocasión de dirigirle unas palabras, fue en Málaga, un Domingo de Resurrección en el que en Sevilla habían programado una de Miura. Aquel día llovía bastante por la mañana y usted salió a dar un paseo. Junto con unos amigos fui a saludarle y le conté que habíamos hecho mil kilómetros para verle y usted respondió, despacio y bajito como siempre: "mil kilometros..."

A veces la distancia no es el olvido, sino la perspectiva. Ver todo desde lejos, es como ver la tierra desde arriba, te das cuenta de la belleza que encierra y te olvidas de todo lo malo, así que, Maestro, mil kilómetros no son nada..., qué le voy a decir yo a alguien que habrá dado unas cuantas vueltas al mundo toreando, en especial el año de las cien, hace poquito ¿verdad?. Recuerdo que iba junto a un amigo, que en los días que quiso usted ser un Top Gun, seguía el vuelo de su avioneta. Qué ilusión cada tarde, qué ilusión. Creo que yo hice un total de diecisiete de aquellas cien, pero sé que hubo unos cuantos que hicieron prácticamente todas ¿y sabe por qué? porque da gusto verle torear, porque su toreo ya ha trascendido a su persona y eso que la persona también tiene mucho que ofrecer a pesar de que la conozcamos de oídas.

Sé que usted es buena gente, que quiere mucho a su pueblo y a sus moradores, que ese encierro y todo lo que se organiza en La Puebla es un regalo que usted les hace a sus paisanos. Anda que no he disfrutado yo allí viendo pasar legionarios arriba y abajo, o con los encierros para críos..., ¿recuerda el año que quiso añadirles cuernos de gomaespuma a las ovejas? No pudo ser, pero la idea era buena.

Me pierdo en recuerdos, como supongo que usted también lo hace en los suyos, que evidentemente serán más intensos. No es malo recordar. La palabreja proviene del latín "re-cordis", volver a guardar en el corazón. Tal vez, sólo tal vez, no nos quede más que eso, quién sabe...

Ya me centro y le escribo todo aquello que venía a decirle y que creo poder resumir en unas pocas palabras:

Gracias por todo

(Y por lo que vendrá)

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