Foto: Plaza 1 |
Me contaban mis amigos que alguien de Alfaro quería ser torero. Como siempre que nos hablan de desconocidos que por lo que sea sienten el veneno del toro, pensamos en dos cosas:
a) Capricho pasajero
b) Uno más de los muchos que se quedarán por el camino
Me seguían contando mis amigos que alguien de Alfaro que quería seguir siendo torero, se había ido a la escuela taurina de Salamanca y que por lo que les habían dicho, no lo hacía mal. Me empezaba a picar la curiosidad. En la pequeña Gracurris se conoce todo el mundo y sabían que su padre era muy aficionado y poco más. Recuerdo la primera vez que lo vi en un tentadero en Salamanca: tenía cara de torero, tenía temple, pero no me dio ese chispazo que te da cuando ves a alguien diferente.
Pasó el tiempo y en la mañana de un memorable día en el que Morante nos dejó boquiabiertos -otra vez- con un Galache en Salamanca (no se puede torear mejor ni más despacio, o sí, pero sólo él), nos lo encontramos deambulando por los alrededores de la Glorieta.
-Vamos a invitarle a comer
Les dije a mis buenos amigos de Alfaro en voz baja.
Se vino sin dudar. Creo que tenía 18 recién cumplidos y durante la comida, empezamos a hablar de toros. Ese arte, el de la plática, parece fácil, es fácil entre los que nos movemos en este mundillo, porque fluye, porque nos sale de dentro sin pensar, pero cierto es, que hablar de toros también es una quimera en la que generalmente todos hablamos diferente idioma, y a veces, las más, aunque nos comprendamos, no nos entendemos.
Recuerdo que una vez en La Puebla del Río tuve la ocasión de charlar un rato con un matador de toros que en aquella época estaba en ese purgatorio que pasan los toreros cuando toman la alternativa y que ahora se acartela en todas las ferias. Me hablaba de "cojones" y otras gallardías y sinceramente, desconecté al minuto aunque ponía cara de escuchar. Hablar de toros, es hablar de lo profundo, del sentimiento, también de la técnica y del valor, cómo no, pero sobre todo es hablar desde dentro. Como le digo a mi querido Rubén Sanz: Todo el que se pone delante, aunque pasa miedo, tiene valor para ponerse delante, pero una cosa es ponerse delante y otra muy diferente es torear y lo mismo que me conmueve alguien que torea (lo que viene siendo torear, no lo otro), me conmueve alguien que sabe hablar de toreo, y Fabio, aquel día, hablaba de toreo y no sólo le comprendíamos, sino que nuestro idioma era el mismo.
Descubrí a alguien tan maduro y con las ideas tan claras de lo que quería ser y cómo quería serlo, que rápidamente lo archivé mentalmente en mi lista de novilleros a seguir y lo cierto es que me está dando muchas alegrías.
Temple innato, ideas claras y una esponja en el cerebro, que recoge cada migaja de toreo que se escapa de las gargantas de los que saben. Tomó la senda de esa tauromaquia castellana que se aprende en Salamanca (que nadie vea algo peyorativo en la frase) pero poco a poco, fue virando hacia su concepto: Cada vez más suave, cada vez más despacio, cada vez más puro, cada vez más sentido.
Y ese concepto que a veces el gran público no entiende y que a muchos de los que amamos el toreo nos encanta, es el que sigue buscando desde entonces hasta hoy. Lo buscan muchos, lo encuentran pocos y otros, como Fabio, lo tienen y sólo han de pulirlo y desarrollarlo (casi nada).
Ayer charlamos un rato y yo era más pesimista que él. Hoy en día el público quiere movimiento, que todo aquello no pare y muchas repeticiones. Cantidad mejor que calidad, muertes fulminantes y muchos gestos cara a la galería. Quienes buscamos otra cosa, a veces nos sentimos muy incomprendidos y por aquello de la empatía nos ponemos en el lugar de los que están en el ruedo y pensamos que tiene que ser muy duro dar un natural al ralentí y que las almas no crujan con eso.
Una de las muchas cosas que me dijo, es que toreaba para sentirlo él y para que lo sintiésemos los que somos capaces de "verlo" (el toreo) y que es consciente de la dificultad de la cruzada que ha emprendido, pero que no por ello, va a abandonar ni se va a pasar al enemigo del destoreo.
Cuando colgamos el teléfono, pensé: Este cabezota no se vende.
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