lunes, 15 de febrero de 2010

Mi afición


Recuerdo que  ese año había muerto mi padre. Llegaron  las fiestas en honor a San Mateo y me percaté de que nadie me iba a llevar a ver la entrada ni la salida de las peñas de la plaza de toros. No vería a “los brincos” con sus blusas negras y aquellas chapelas coronadas por un inmenso rabillo, y me quedaría sin saber si en la única tarde en la que mi padre solía acudir, por aquello de la escasez de dinero en casa, se habían cortado orejas o no.

Tenía ocho años y al fin y al cabo ya “iba y venía” solo por la calle. Pregunté a mi madre si podía ir a los toros. Me dijo que no, que no había dinero. Se lo tuve que explicar:

-No no, a ver entrar a las peñas y a intentar colarme. Me han dicho que la gente se mete entre ellos y entran.

La primera vez me pillaron y me llevé un golpe en la frente como señal de stop, pero llegaron los brincos y como no podía ser menos, hubo suerte. Me colé.

-Y ahora qué hago yo?

Todo el mundo entraba aceleradamente y ocupaba su localidad, así que decidí esperar con mucho miedo, eso si, a que comenzase la lidia, pero nada, los de la gorra de plato no se movían de los vomitorios. Subí las escaleras que conducían a la grada, contemplé los corrales, aquellos corrales en los que posteriormente me pasaría las horas muertas viendo las labores de desembarco de las corridas, y me asomé por una de aquellas puertas que daban al ruedo. Un encargado del servicio de plaza me descubrió intentando estirar el cuello para poder ver algo. Pensé que iba a la calle directo, pero no fue así:

-Chaval, siéntate aquí con nosotros, que aquí hay sitio.

Nadie me preguntó por mi entrada, porque supongo que todos sabían que andaba de polizón. Vi la corrida. Vi a un torero arrodillarse junto a un toro que se había derrumbado falto de fuerzas. Lo recuerdo porque el detalle al final hizo aplaudir al respetable. Y sobre todo recuerdo, la emoción que sentí, contándole a mi madre que me había “colado” en la plaza de toros.

También recuerdo su respuesta:

-Tú como tu abuelo, que se murió con dos entradas en el bolsillo. Y es que, el abuelo Angel, Cordobés ejerciente, era un “casta” de cuidado. Pero eso es otra historia.

1 comentario:

En Barrera dijo...

Una bonita historia. Todos los aficionados tenemos nuestra “historia” particular cuando íbamos de niños a los toros. Que recuerdos...

Saludos!