martes, 18 de junio de 2013

Pretérito imperfecto


A muchos de nosotros se nos llena la boca de nombres de antes, de antes y de mucho antes todavía. De toreros que sólo hemos visto en antiguas fotografías, o de los que apenas conocemos cuatro muletazos que se conservan en unas viejas imágenes. Sabemos de ellos más que nada por lo que de ellos se ha escrito, sabemos de su pundonor, de su gallardía, de ese no soportar que ningún otro compañero les mojase la oreja y de elegir para sus "duelos" encastes que a la mayoría de los toreros actuales ni se les pasaría por la cabeza  estoquear para demostrar quienes son.
Miramos ese pasado con añoranza no se sabe muy bien de qué, porque lo que también nos consta es que una faena de los años veinte y si me apuran de los setenta, hoy día no obtendría la respuesta en forma de pañuelos que tenía antaño. Dicen algunos que es porque hoy se torea mejor que nunca, pero yo no comulgo con esa máxima porque el toreo para mí, y la frase no es mía, es un ejercicio interior.
Que el toro no te tropiece la muleta y que pase despacio y humillado pegado a tu barriga puede ser toreo, o puede no serlo, todo depende del sentimiento y hoy en día, mucho más que antes, muchísimo, también depende del tipo de toro que esté frente a tí.
Somos un país de Quijotes, siempre lo pienso y lo digo, un país sin términos medios (dicen que precísamente ahí está la virtud), para nosotros no existe el gris, todo es o blanco o negro en cualquier aspecto de la vida. Si ganamos el mundial de fútbol somos los mejores, pero si quedamos segundos ha terminado el ciclo y hay que renovarse. Si de crisis hablamos, somos de los países punteros porque también antes hemos despilfarrado como los que más. No soportamos que Fernando Alonso sea segundo porque pensamos que Ferrari no hace lo necesario para que nuestro campeón gane todas las carreras; no nos conformamos con que Nadal llegue a las finales, las tiene que ganar porque si no enseguida decimos que no es el mismo y que está cojo a causa de su maltrecha rodilla. Contador tiene que ganar los mismos tours que Indurain, o será un ciclista irregular. Tenemos más kilómetros de alta velocidad que cualquiera, bueno, nos gana Japón pero está muy lejos. Los niveles de corrupción en este país están disparados, en la cima de Europa. Nuestro sistema de salud pública es maravilloso, tan bueno tan bueno que hasta hace nada ha sido el sistema de salud de cualquier europeo que quisiera venir a curarse unas anginas...., y claro, así nos luce el pelo, tenemos que ser los mejores en todo para lo bueno y parece que también nos gusta destacar para lo malo. Somos capaces de encumbrar a todo y a todos, pero con esa misma facilidad, el día que algo falla, desencumbramos. Tal vez es que nos gusta ser así, y claro, como no podía ser menos,en este tinglado del toro ocurre lo mismo.
El mítico José Tomás forjó gran parte de su leyenda en Madrid, pero hay muchas voces que dicen que ya no quieren mitos que elijan sus toros de entre lo mejor de lo mejor para el gusto del torero, por tanto fuera mito. A Morante no se le perdona torear Juan Pedro, Parladé, Cuvillo ó Victoriano y a otros tantos, como Juli, Manzanares, etc etc, les ocurre lo mismo.
Pero no hemos de olvidar que quienes hemos puesto a esos toreros en la cima del escalafón hemos sido nosotros, quizá porque necesitamos ídolos de barro para sacudir nuestros complejos o quizá porque nuestro sino es ese, levantar torres muy altas para luego tener que destruirlas a un precio más alto que el de su construcción.
Creo que a estas alturas del siglo veintiuno ya no somos aficionados de esos que antaño iban a la plaza, admiraban a su ídolo, sacaban pañuelos a diestro y siniestro y sobre todo, al unísono y se iban a casa tan contentos por haber alzado a hombros a un torero que por aquellas épocas era un elegido de entre unos pocos. Ahora nos hemos profesionalizado en nuestra afición y todo el rito ha de ser perfecto de principio a fin. También creo que ahora tenemos demasiados ídolos en otros tantos campos (literatura, escultura, pintura, deporte, música...) y que eso nos hace más tibios a la hora de desmontar iconos.
Pero lo que está claro es que somos como somos y a estas alturas ya nada ni nadie nos puede cambiar y por eso añoro un poco ese pasado en el que el "aficionado amateur" iba a la plaza provisto de su pañuelo y a nada que el toro pasase y el coletudo moviese el trapo con más o menos garbo, volvía a casa con la satisfacción de haber visto a un superhombre. Que por qué mi añoranza?, porque una afición, algo que ocupa tu tiempo de ocio ha de servir para templar el espíritu  y no para cabrerarlo, y si no, como dice mi madre: a otra cosa mariposa.

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