martes, 2 de julio de 2013

Las cornadas del hambre


Como tengo comprobado, a muchos de nosotros nos viene esta bendita afición por nuestro abuelo. Mi caso es similar si bien con matices: Ese cordobés de la foto, por lo visto, ya que no llegué a conocerlo, además de un vividor del que las malas lenguas dicen que se jugó al mus mi cortijo (y lo perdió) con unos pares faroleros, también era un gran aficionado, pero dejemos esa historia para mejor ocasión. 
Dicen mis allegados, no sin ciertos adornos legendarios, que en aquellos tiempos de la postguerra la hambruna existía, que comer bien comido para una familia humilde o venida a menos como la mía era todo un lujo que no ocurría sino en contadas ocasiones. De hecho, cada vez que voy a Los Agustinos de Haro todavía escucho como si de tenebrosas psicofonías se tratase, los ecos de esos niños, mi padre y mis tíos, que correteaban por los pasillos del claustro de ese convento-horfanato, hoy hotel, que antaño fue compartido con  unos cuantos presos víctimas de vaya usted a saber qué delitos. "El tiempo del hambre" le llaman cada vez que rememoran aquellos años.
Hoy, por desgracia, está ocurriendo algo parecido y cada vez son más los colegios que incluso ahora en verano, preparan menús para los críos de las familias más desfavorecidas. Supongo que tendrán que comer lo que toque y bien que lo agradecerán. Tal vez la comparación que me lleva a mi parrafada final es un poco, más bien un mucho, odiosa, gratuita, ligera, tibia y superficial, pero hay toreros que pasan hambre de toro, que cuando lo tienen delante, han de intentar estar bien si o sí, han de desarrollar todo lo que llevan dentro porque los contratos no abundan y han de ofrecer su tauromaquia a quienes confían -confiamos- en ellos.
Y ese compromiso, esa fe, ese tesón, esas ganas de aprovechar cada embestida, a veces te compensa con la sensación indescriptible de un muletazo  inmenso y otras, te "regala"  una cornada.

1 comentario:

Enrique Martín dijo...

I. J. del Pino:
En lo único que discrepo es en eso de que esa tarde, esa única tarde, tienen que estar bien, no, no tienen que estar bien, además de no torear, en esa tarde se les exige estar sublimes, se les exige lo que a nadie y menos a las figuras. Y eso es muy injusto.
Un abrazo y enhorabuena por este relato.