miércoles, 2 de septiembre de 2015

Urdiales: yo no estuve allí



Mientras metía apresuradamente, como de costumbre, mi ropa en el handbag color naranja que me suele acompañar en esos viajes en los que Ryan-Air reduce nuestro espacio vital a la mínima expresión, apareció en un costado del cajón una camiseta que tiene una historia muy particular, la cual omito, en cuya espalda se pueden leer las ocho letras más toreras que he conocido jamás: URDIALES. Pensé en que me iba a perder Bilbao, esa tarde que año tras año, para quienes conocemos la historia de Diego, suele significar estar vivo o muerto para la temporada que viene. La corrida de Vista Alegre es para nosotros muchas cosas en lo taurino, pero también en otro plano que otros muchos parecen no entender: la amistad. Ese día nos juntamos a comer y nos ponemos nerviosos poco a poco como si fuésemos nosotros a jugarnos la vida. Habrá quien piense que somos forofos, o que algún interés judeo-masónico-espurio nos mueve para estar en torno a Diego, pero insisto, solo se trata de algo tan grande y tan sencillo como la amistad.
Muchas veces, cuando estamos con el torero y aparece alguien que no conocemos, él mismo nos presenta como "seguidores" y la verdad es que yo detesto la palabra aunque no deje de tener bastante de cierto, puesto que son unos cuantos años acompañándole la mayoría de las veces que se viste de luces, pero yo no sigo porque el que sigue va detrás y gracias a su grandeza como persona, nunca nos deja ir detrás, sino a su par, viviendo, disfrutando y sufriendo con él cada espadazo, cada natural y cada toro que no dobla.
La camiseta se vino conmigo a Sicilia y mientras recorría la azarosa autovía que une Catania con Palermo pensaba en el paseillo, en los nervios de mis amigos, en el corazón volcánico de Marta latiendo a mil por hora y en el rostro de Urdiales. Hace años que cada tarde, cuando asoma por el callejón, lo primero que hago es mirar su expresión. Cuando lo veo tenso y se le afila más si cabe esa nariz aguileña y se le marcan los pómulos y el gaznate como si no tuviese piel, me suele dar mala espina. Pero cuando ese rostro refleja armonía pienso: hoy va a disfrutar.
Después de que mi GPS sin actualizar me pierda varias veces entre miles de coches que se cruzan por ambos lados, consigo llegar indemne al hotel y nada más entrar en la habitación recibo la llamada de Pablo: "Isidro, tres orejas tío. Estamos en el quinto. Qué manera de torear. Matías ha sacado los dos pañuelos a la vez. No te puedes ni imaginar cómo ha estado".
Me emociono, me maldigo por no estar allí y me enfundo mi camiseta: Que sepan en Palermo que Urdiales ha toreado.
A partir de ese momento comienzo a husmear por las redes sociales. Aquello no han sido tres orejas, aquello ha sido una tarde para la historia del toreo y yo me la he perdido, pero mis amigos han estado allí viendo a nuestro otro amigo, el torero, hacer una de las dos cosas que mejor sabe hacer en la vida: torear. La otra es ser persona. Con eso me basta para ser feliz.
Voy viendo fotos de lágrimas, de puerta grande y me acuerdo de Luis, de mis hermanos de Alfaro, de Miguel, de Carmelo y de  Javi que llevará media hora llorando y contándole al cielo que por fin el triunfo gordo ha llegado. Me separan mil quinientos kilómetros de la gloria, porque esa gloria es de todos y Diego jamás duda en compartirla. Me gustaría hablar con él, ir al hotel y darle un abrazo, pero no me alcanzan las manos, así que llamo a Luismi y nos emocionamos juntos. Qué grande es Villalpando y qué poco le conocen muchos. Pero es que el toreo es así: la jodida pureza, esa que algunos malinterpretan, no sólo no vende sino que da problemas, tantos problemas como todo aquello que se hace por amistad en este mundo en el que la viga en el ojo ajeno es lo que más molesta. Ser digno y hacer el toreo parece incomodar cuando debiera ser al contrario, pero allá ellos y sus razones.
Al día siguiente y después de una noche poco propicia al sueño, vuelo a casa y a eso de las siete de la mañana me pongo a ver la corrida. El rostro de Diego no refleja tensión aparente y aquello es diferente a todo. Veo a un torero llorar junto a las tablas, si, llorar como han llorado antes unos pocos que han sentido lo mismo que él,  y le pese a quien le pese, cada lágrima, era por un muletazo. Y así hasta que contó veinte...

6 comentarios:

BICHICOMA dijo...

Sucribo desde la A a la Z todo lo que has escrito. No tengo el estrecho conocimiento que tú tienes de él -la distancia geográfica es casi insalvable- pero es de los pocos que me han hecho casi empeñar el colchón para verle. Le conocí en un restaurante madrileño en mayo de 2009, a propósito de una tertulia de Radio Marca, que compartía con el bueno de Sergio Aguilar. Cuando conocí al hombre, más allá del torero, nació una adhesión inquebrantable. Voy a verle todos los San Isidros que puedo, Ferias de Otoño y Bilbao. En la reciente feria madrileña -tarde sin triunfos, ay cómo cambian las cosas-, pasé a verle al Wellington con mi cuñado. En aquella habitación, durante un buen rato, sólo estábamos: Diego, Luis Miguel, sus esposas y nosotros dos. ¡Qué momento! Prometí verles en el festival-homenaje a Villalpando en su homónimo pueblo. No pudo ser. Tampoco pude ir a Bilbao, donde está mi entranable Afredo Casas. Desplazado de mi domicilio, tuve que encontrar un decodificador pirata de C+ para que un alma caritativa me dejase ver la grandiosa tarde. No llegué al sexto toro. Fue tan grande la emoción que cogí el coche de vuelta para propagarlo a los cuatro vientos. Digo cuatro porque pocos más somos los aficionados de esta tierra galaicaa la torería pura, tauromaquia que no se imposta, alejada del postureo imperante.
Qué grande es este tío, por dentro y por fuera.

Anónimo dijo...

que artículo más ridículo y homosexual.

I. J. del Pino dijo...

Y según tú, ser homosexual es bueno o malo?, anònimo?

Ana Pedrero dijo...

Estuviste allí, fijo. Precioso.

Anónimo dijo...

¡Que bueno! Escribe usted muy bien porque, entre otras cosas, escribe con el corazón. Como diría un amigo común, las letras de sus escritos son aroma de azahar, miel de mil flores rodeadas de ninfas de Judea y picadores encima de unicornios.

I. J. del Pino dijo...

Desde la última vez que tocò el cajón flamenco (tocò o lo que fuera que hiciera) no es el mismo.