lunes, 14 de noviembre de 2016

Victorino Martín: El año de las luces


En la sala-museo de la finca Monteviejo un buen número de cabezas de toro comparten el poco espacio que ya queda libre con cientos de fotografías, unas cuantas del padre, otras tantas del padre y del hijo, unas pocas del hijo y las más de sus toros en el campo o en la plaza. No es lugar para toreros, aunque alguno sí que se vé en las instantáneas y sí para premios y reconocimientos, que en centenares, abarrotan las estanterías.
Tania, nieta de Julio Presumido, el que fuera mayoral de la ganadería de la "A" coronada durante la época en que los Victorinos entraron en el mundo de la leyenda de los toros fieros, narra con pasión incontenida al nutrido grupo de visitantes el significado de cada una de aquellas cabezas de entre las que llama mi atención la de "Molinito", ese toro que en comunión con mi amigo Diego, salvó la vida en el coso de La Ribera.
Tres cuartos de hora de coche separan Monteviejo de Las Tiesas de Santa María. A medida que el visitante va adentrándose en los caminos que conducen a la finca donde viven los Albaserradas, los pastos aunque otoñales y poco nutritivos, empiezan a verdear y a dar ese aroma campero que solo el reluciente sol de noviembre sabe extraer de la hierba mezclada con rocío.
Nada más llegar a la zona "urbana" de la finca, la sensación que impera es la del orden. No hay nada fuera de su sitio y queda claro por la actividad que en ella se vé, que cada cual tiene perfectamente delimitadas y asumidas sus obligaciones. 
El 2016 ha sido un buen año para Victorino. Creo sinceramente que ha podido ser el final de un ciclo si no oscuro, sí  menos brillante, en el que las embestidas humilladas, reponedoras y tobilleras no fueron tales, pero como ocurre en las ganaderías de prestigio, tras unos años en el purgatorio la cosa remonta en forma de toros bravos y encastados cuyo paradigma por excelencia y sin lugar a dudas ha sido Cobradiezmos, que por lo visto y según me contaron se sigue arrancando a todo y a todos, lo que hace poco recomendable su vista.
La finca es extensa y nuestro recorrido se limitó, que no es poco, a ver los toros que en el 2017 saltarán al ruedo, tanto en plazas de importancia menor, como en plazas de segunda y primera categoría. Estos últimos, en un número de cuarenta más o menos, están separados del resto por razones estratégicas, al igual que lo están los "parientes pobres":  Barciales y Urcolas, que comparten cercado y no sabemos, si también destino en este mundo en que apenas hay sitio para encastes minoritarios. Sólo añadir que para quien esto escribe, fue un encuentro emocionante.

























Cuando regresamos de los cercados, Victorino y su hija Pilar estaban esperándonos algo inquietos por lo avanzado de la hora para comenzar un tentadero. Román vestía ya de corto y Raúl Rivera y el novillero Jesús Cuesta que vino "al pico" de las vacas calentaban muñecas hasta que por fin se abrió el portón.
Se tentaron tres vacas: 
La primera buena para el torero y un pelín justa de fuerzas hasta que se asentó, requería temple y sobre todo mucha suavidad. Su comportamiento era el típico de la casa y digamos que Román se acopló por momentos.
La segunda humillaba menos y era muy exigente, lo que obligó a Raul Rivera a llevarla muy tapada siempre en una labor más técnica que artística, pero de notable importancia.
De la tercera estoy seguro que tomó buena nota el ganadero, quien por lo que ví, no es partidario de excesivas probaturas: si la vaca se arranca al caballo pronta y con clase desde el otro lado de la placita, para qué más. Me gustó también en la muleta ya que no admitía ni el más mínimo descuido, pero cuando se le hacían bien las cosas tenía un gran ritmo y provocaba que aquello tuviera el interés de la dificultad y la bravura.




Jesús Cuesta me gustó por sus ganas de aprender y por saber escuchar los consejos de quienes tienen más experiencia que él. Espero verlo este invierno en algún que otro bolsín labrando su camino.




Después de comer y compartir mesa con aficionados, ganadero y toreros y a pesar de tener que recorrer 620 kilómetros, me fui con las baterías tan recargadas que no quiero terminar sin agradecer a Tania, a Victorino y a Pilar su amabilidad y animar a todos aquellos que quieran conocer una ganadería y ver el hábitat del toro bravo, a participar de la experiencia que ofrece Victorino Martín en su web porque de verdad que no se arrepentirán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por el reportaje Isidro, saludos.