viernes, 7 de septiembre de 2018

La verdadera belleza



Foto: María Vázquez

Tal vez como yo, hayas leído estos días un texto de Sergio del Molino, un antitaurino, uno más, que es capaz de reconocer la verdad en una “tarde de toros” sin renegar de sus convicciones, pero sin tratar de engañar al dictado de sus sentidos. Uno menos.


A lo mejor hace unos días estuviste viendo cómo Urdiales es capaz de dibujar los mil crisoles que atesora la belleza tan sólo con las yemas de sus dedos, esas que en ocasiones muy especiales, mantienen línea directa con el alma del toreo.


Quizá el pasado sábado asististe a una seria corrida de Margé en Bayona, en la que Thomas Joubert se llevó una cornada que le vació de sangre y pensaste: “esto es verdad”.


Puede que hayas comentado el precioso vídeo que como prólogo a la feria de Salamanca, ha preparado la juventud taurina con un referente apodado “El Viti” que cuando habla, sentencia y te encoje el corazón con esa voz de torero que ha meditado una y mil veces cada palabra que esboza a través de su garganta.


Lo reconozco, no puedo dejar de pensar en el toro. O no es que no lo haga, es que todo gira en torno a él y todo se le parece. Cualquier pequeño detalle de mi vida cotidiana, cualquier suceso, termina por convertirse en ese cárdeno que en mis noches de vigilia me persigue hasta acabar con mi angustia de una certera cornada. Siento miedo y después sosiego porque el toro, el animal más desafiante y más fiel al combate que existe, da paz, la paz de quien consigue encontrar el verdadero camino.

Muchos de nosotros hemos pasado horas y horas contemplándolo. A veces nos mira curioso, otras nos avisa, las más, nos desprecia porque somos tan débiles que ni siquiera sabemos escarbar en la tierra. Y en cambio nosotros no podemos dejar de mirarlo porque el toro es verdad y belleza. Verdad porque encarna la muerte inapelable que nos espera. La mayor verdad, la más fatídica. Y belleza porque transmite la paz que sólo da algo que por esencia es bello.

Aun a sabiendas de que la muerte no es bella, ni siquiera la de un bravo,  es un mal necesario y un bien real, el destino final, la mayor recompensa que nos deja la vida. El verdadero castigo sería contemplar una eternidad sin toro.

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