domingo, 18 de noviembre de 2018

Valdellán: Los Santacolomas benedictinos



En pleno corazón de León, Fernando Álvarez, un industrial afable, tímido y enamorado del arte, tuvo un sueño: Convertir un pequeño monasterio de la severa regla benedictina, en un santuario de toros bravos y qué mejor bravura que la  de los gracilianos para convivir con los robles centenarios y con la abundantísima caza de la zona: Jabalí, corzo y lobo, cada vez más presente, hacen de las suyas en la dehesa de aproximadamente  quinientas hectáreas que ocupa la ganadería. 


La noche anterior a nuestra visita (la de los maravillosos integrantes del Ateneo Orson Welles y unos cuantos simpatizantes) los "cochinos" han hecho estragos junto a las vallas de los cercados hozando la tierra con sus afiladas lascas en busca de raíces.


Fernando disfruta enseñando su obra, esos toros que en muy pocos años y gracias a una celosa selección, han conseguido ubicar a la ganadería de Valdellán entre las preferidas de los enamorados de la bravura, de las buenas y alegres arrancadas al caballo de picar y de la humillación, la gran obsesión de un  ganadero, que tiene muy claro lo que busca en este mítico encaste. 



No tengo más que palabras de agradecimiento para el Ateneo por acogernos como si pagásemos la cuota, para Jesús, la mano derecha del ganadero que vive con tanta pasión como él ese proceso de alquimia tan complicado cual es criar un toro bravo y para Fernando por alimentar nuestro espíritu taurino y nuestro cuerpo serrano, con unas viandas de la tierra, un ribera que doy por bueno a pesar de mi encaste riojano, unos boquerones que estaban para cantarles una saeta y ese armagnac que con tanto mimo se  fabrica artesanalmente en esa Francia taurina que tantas veces le ha visto ya triunfar y  al que los dos somos adictos con relativa mesura.
 

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