martes, 11 de diciembre de 2018

"Tauroanarquia" (así, sin tilde)


Lo  poco que sabemos de toros, porque siempre es poco, a demás de a nuestra innegable afición, se lo debemos generalmente a alguien: a unos cuantos buenos aficionados, a los libros y si hay suerte, cual es mi caso, a las enseñanzas directas o indirectas de tres de toreros que tengo cerca. A sus enseñanzas, a sus comentarios, a verles torear de salón, en el campo, y plaza tras plaza.

No os podéis ni imaginar el privilegio que supone el desgranar faena a faena y muletazo a muletazo. Los “porqués” que un día durante una comida comentaba Luis Miguel Villalpando son tan necesarios para los que se visten de luces, como para nosotros los aficionados. Sin ellos, vemos pero no entendemos, actuamos como quien contempla la belleza de un cuadro per se, que la hay, pero desconociendo qué quería transmitir el autor en ese conjunto de pinceladas, o por qué prefería el óleo a la acuarela, o los tonos oscuros a los claros.

Siento la necesidad de escribir, no por petulancia ni afán didáctico, allá cada cual lo que opine, sobre esa cierta incomprensión   a la que me veo sometido en ocasiones y que por supuesto me hace reflexionar. No soy partidario de los “ismos” ni de los “istas”, yo soy del toreo con independencia de la relación que pueda o no tener con un determinado torero y muchas veces he de escuchar comentarios que me chirrían, no por su falta de acierto, sino por su escasa profundidad.

El análisis de una faena no puede o no debe ser liviano y menos si lo hace un matador de toros. Escuchar como él, que está cerca, ve reacciones en el toro que nosotros ni siquiera percibimos, o se da cuenta de cosas que habíamos pasado por alto por considerarlas de escasa importancia, no tiene precio.

Por supuesto que nadie es infalible. De hecho ha habido faenas que a mí me han dejado un tanto frío a pesar de su posterior explicación, que no justificación por parte del torero, pero tengo muy claro que no se de toros ni la centésima parte que ellos y que si dicen blanco, hay muchas más posibilidades de que sea blanco que del color que yo veo. ¿La razón?: ponerse ahí delante, A centímetros del animal.

Insisto, en esto del toro, exceptuando a los profesionales, me atrevo a decir que nadie sabe más que nadie y que cada opinión cuenta y puede ser válida, pero lo que no admito son los tópicos en los que todos estamos pensando y que muchas veces afloran en boca de aficionados que hablan por hablar, sin saber lo que realmente están diciendo.

Cuantas veces he tenido que escuchar que un torero no liga… y yo modestamente parto de una base: hay toros a los que tres muletazos seguidos les sientan tan mal que se corre el peligro de que el animal “se acabe” antes de tiempo. Ya, “pues que se acabe” replican muchos, olvidándose de que el toreo que nace de la quietud de toro y torero es bastante más profundo porque permite una composición mucho más pura, que hace que la estética sea superlativa y olvidándose de que esas décimas de pausa permiten que el toro  por un lado “piense”, con lo cual el riesgo aumenta y por otro permite cierta recuperación entre muletazo y muletazo.

Los toros no son máquinas, los toros “se terminan” y también es labor del aficionado saber distinguir el momento en que, por la razón que sea, un toro “echa el freno”. No podemos desconocer que cuando realmente un astado demuestra su fondo es cuando se le obliga. Cada toro tiene su altura y se le puede exigir en función de la misma, que insisto, no siempre es igual. Puede ocurrir que toros sin fondo de casta aguanten ese castigo con la muleta sólo dos tandas y de repente empecemos a observar cómo se lo piensan cada vez más a la hora de embestir. En ese momento es cuando podremos valorar la técnica del torero para buscar soluciones, si es que las hay, a tal reticencia: llámese aprovechar el viaje del animal que hacia la querencia se desplazará con mayor facilidad, ó llámese sacrificar algo la profundidad y la altura del muletazo para que aquello no cueste tanto esfuerzo. Evidentemente para todo esto nos hará falta un toro con cierta bravura porque si no, cuando le demos salida a tablas se nos irá. Para eso el matador tendrá que cambiar el sentido de los muletazos evitando que los mismos terminen precisamente hacia la querencia natural.

Otro de los “momentos” difíciles de percibir para quienes estamos en el tendido es cuando los toros “se meten por dentro”. Hay veces que el hecho es tan flagrante que a nadie le cabe la menor duda, pero en determinadas ocasiones es en el segundo ó tercer muletazo cuando el toro aprieta y paladear la firmeza del muletero en ese momento provoca  a quien lo observa una ración extra de adrenalina y de admiración. Muchas veces tildamos a toreros de medrosos cuando no lo son, precisamente por esa colocación que les hace pasarse a los toros por la faja sin retroceder un ápice aunque el toro se vaya metiendo.

Tampoco debemos olvidar el final del muletazo: no es más profundo el más largo, sino el mejor terminado ¿y cuál es el que mejor termina? Pues el que intenta ir detrás de la cadera. ¿Y por qué no intenta esto todo el mundo?: porque es más fácil dejar la puerta abierta al toro con la muñeca para que se desplace más y así hacer que el matador no tenga necesidad de rectificar en pos de provocar la ligazón perjudicando gravemente a la colocación. Torear en línea puede ser un recurso con el toro que tiende a meterse por dentro, pero no puede ser una solución para salir airoso de cualquier faena porque no deja de ser una ventaja si se usa con demasiada frecuencia y sin justificación alguna.

Vayamos con los terrenos: Cada vez me cuesta más entender por qué los que empiezan en esto no preguntan a sus maestros o a sus mentores. Por sistema no hay que sacar el toro a los medios, lo mismo que por sistema no hay que hacer la faena en el tercio, ni frente al tendido de capotes. Durante la lidia y antes de la faena de muleta me suelo fijar en las reacciones del toro, más allá de la obviedad de que parezca bravo o manso para darle unos terrenos u otros. Lo que voy yo buscando son”sus manías”: en qué momento ha embestido mejor, dónde estaba colocado y sobre todo sus querencias. Me parece vital por ejemplo no dejar que el toro entre par y par de banderillas tenga un lapso de tiempo en el que pueda “acularse” en tablas hasta que lo vuelvan a sacar, porque el que va a pagar esas querencias después va a ser su matador.

¿Cómo se cita al toro? La mayoría de vosotros, aficionados avezados, sabéis que no es lo mismo citar con la panza de la muleta que con los vuelos y no es lo mismo un toque seco y fuerte para el cite, que una caricia suave que consiga que la tela se meza. ¿Muleta retrasada o adelantada?. Hay quien sólo ve defectos en la muleta retrasada y quiere que el cite sea de los que “enganchan” al morlaco desde delante, pero pensad en un animal cuyo “viaje” no es largo, sino tendente a quedársete debajo, ¿no convendrá retrasar un poco la muleta para que el final del muletazo nos permita reaccionar y colocarnos bien para el siguiente?. Hay encastes que todos conocemos que requieren con mayor frecuencia de esto que inicialmente parece un defecto. Por lo general, dependiendo de la altura que pida cada toro, de dónde mire, será bueno citar con la panza y llevarlo tapado ó citar suavemente con los vuelos y llevarlo “más toreado”. Los toques secos, alguna vez necesarios, generalmente lo que hacen es asustar y violentar la embestida. Mi máxima: el toro en el ruedo te devuelve, por regla general, lo que tú le ofreces, pero no debemos olvidar que cada toro tiene su “cite” y cada toro tiene su altura. A mí me parece un error despreciar el toreo a media altura porque hay toros que no embisten de otra manera y creo que mantener la muleta en el aire, sin referencia, y conseguir que el muletazo vaya a la misma altura durante el viaje, es algo dificilísimo. Si a eso le sumamos que hay matadores que consiguen profundidad toreando así, se antoja muy meritorio ya que cualquiera no sabe hacerlo.

Vamos con la, para mí, leyenda negra del palillo (estaquillador): cogido por el centro en el toreo al natural es sinónimo de torero valiente. En cambio cogido por un extremo, es recriminado porque para la gran mayoría significa miedo. Para mí esta afirmación es un error fácilmente desmontable: Es muy sencillo llevarse el toro hacia afuera con un toque de muñeca por muy por el centro que tengamos sujeto el estaquillador y es perfectamente posible y plausible pasárselo por la barriga teniéndolo sujeto por un extremo. Todo depende de la intención del torero. Por todo ello concluyo que el estaquillador ha de ser asido por donde más tacto o por donde más cómodo y práctico le resulte al matador, dado que también  la manera de cogerlo, varía de unos a otros. No debemos olvidar que el toreo nace de las yemas de los dedos, del tacto y cada uno siente la prolongación de esas yemas que es la muleta, de una manera diferente.

Por último y para no cansar (demasiado), me voy a referir a los inicios y finales de faena: Yo concibo estos últimos como un epílogo brillante para poner al toro en suerte para el momento de la muerte. Obviaré la teoría de la suerte natural y la contraria por archiconocida y me centraré en esos finales que la gran mayoría conciben a base de manoletinas y  bernadinas y la gran minoría con trincheras y muletazos toreros por bajo para terminar de “crujir” al toro y que éste “pida la muerte”. Mi concepción estética se decanta por esto último, si bien admito que la emoción de ver viajar los pitones cerca de la cintura es jaleada por otros muchos aficionados, pero nuevamente no podemos olvidar que en la lidia, cada muletazo tiene una razón y muchas veces tanto un inicio de faena como un final inadecuados, harán que el matador pague su torpeza con  muchas dificultades: un inicio poderoso, muy por abajo a un animal justo de raza, o que requiere ir “asentando” su embestida, hará que posiblemente proteste cada vez que se le haga humillar, ó que se desentienda de aquello porque le ha dolido doblar el espinazo y el atractivo de coger la muleta disminuya en función del esfuerzo que ello requiera para el cornúpeta.

Salvo en toros bravos o con genio malo, no soy partidario de los inicios exigentes, sino de la suavidad, de darle “confianza” al toro para que cuando llegue el momento de exigirle, éste lo admita y se entregue. La genuflexión bien entendida, no tiene por qué acobardar al animal siempre que el muletazo tenga un final no violento, nuevamente la suavidad entra en juego, y un inicio por estatuarios puede provocar la idea equivocada de que una salida por arriba al toro no le quebranta, cosa que no es cierta dado que a los toros se les puede “cruijir” tanto por arriba (en lo que yo llamo banderazos) como por abajo.

Curiosamente termino con el inicio de faena y sé que olvido dos mil detalles que os quisiera contar y que hay otros dos mil que no alcanzo a entender por ignorancia; de ahí que este texto se titule “tauroanarquia” sin tilde . Estoy seguro de que muchos de vosotros disentiréis en una cosa u otra, o tal vez en todas porque lo descrito no deja de ser sino una visión personal y subjetiva. De ser así, de disentir de mis apreciaciones,  lo interpretaré como algo positivo, siempre y cuando, como he escrito más arriba, exista un porqué.

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