lunes, 31 de diciembre de 2018

Ganadería de Pincha: Bravo de Navarra

No es más de lo mismo, no es un Domeq cualquiera. José Antonio Baigorri, a lo largo de más de treinta años de silenciosa pero firme andadura ha conseguido un producto con denominación de origen, con la morfología de sus antecesores, sí, pero con el carácter y el sabor de cualquier producto de la huerta de la tierra. Quien espere un animal con embestidas bobaliconas, que se quite la idea de la cabeza. 
Conocí esta ganadería hace unos años en mi querida Peralta y he de decir que nos dejó a todos boquiabiertos. Cuando uno piensa en el ganado que se cría por estas tierras, no se imagina que muy cerquita de Lodosa, un modesto alquimista esté obteniendo a base de un trabajo soberbio, el producto que consigue. De momento sólo quiere oír hablar de novilladas y del día a día, pero esa forma de hacer del ganadero estoy seguro de que le va a llevar a querer intentar proyectos más ambiciosos.

Cuando escuchas y ves a José Antonio enseñar a su hija Patricia, que destila afición por los cuatro costados, te das cuenta del amor que se puede llegar a tener al toro y del respeto que le produce dar cualquier pequeño paso, siempre hacia adelante, porque es conocedor de la dificultad infinita que supone criar ganado bravo, donde nunca, o casi nunca,  dos y dos suman cuatro.
Desde este 2018, la ganadería, por méritos propios ya juega en primera división. Lidió en Pamplona con éxito, de hecho hubo dos novillos que a mí me parecieron de nota  y eso le ha llevado a repetir este año.
Nunca había estado en un tentadero de Pincha y solo puedo contar que lo describiría con dos palabras: Seriedad y generosidad.


El laboratorio del bravo son los tentaderos y quien escribe, que ha pasado ya por unos cuantos ha visto de todo, pero la exigencia que José Antonio les marca a las becerras es poco usual. El número de entradas al caballo, la colocación y las distancias, son  sagradas y severas. Si en otras ganaderías pasar "la prueba" es difícil, en ésta lo es mucho más, pero a la larga y sin duda alguna, ese nivel de exigencia dará sus frutos, de hecho ya los está dando año tras año.  
Me sorprendió mucho el comportamiento de los animales en el caballo de picar, ya que la mayoría de los ejemplares empujan uniformemente, sin cabecear al peto y con una intensidad constante, cosa que es muy difícil de ver en las becerras.



Una vez realizado el análisis y tomadas cuidadosamente las notas, José  Antonio y Patricia, se visten de amabilidad y dejan a los matadores (en esta ocasión tentaron Miguel Ángel Pacheco, Abel Robles, ya recuperado del susto que nos dio y mi paisano Sergio Domínguez) que se expresen y que disfruten de las bravas, exigentes y agradecidas embestidas de las becerras que derrochaban profundidad en cuanto se les hacían las cosas bien. 




Me llamó mucho la atención la fortaleza, la duración, la fijeza y la respuesta de los animales: brusquedad en los tirones, suavidad en los cites con los vuelos. 
Por cierto, Sergio ya prepara a un hijo del gran Gallito y da la impresión de que va a ser tan figura como su padre. 


José Antonio durante la faena de muleta sólo pide una cosa: que el animal siempre se lidie en terrenos donde no se sienta protegido, y ya, para rematar, cuando se ha visto la vaca, se le dan unos cuantos muletazos a campo abierto para ver si se queda o se va. Yo creo que no se puede pedir más, pero que obviamente si se quieren tener resultados como los que Pincha está obteniendo, ese es el único camino posible.
Un detalle que hace grande a esta familia, uno más: el trato a los tapias es maravilloso. Vinieron un par de chavales de la escuela de Manolo de los Reyes y en todo momento se acordó de ellos para darles su oportunidad, a ellos y a todos quienes quisieron probar suerte una vez la becerra estaba vista y lidiada por los matadores de toros.
Sólo puedo decir que cerca de donde yo vivo, que no es dehesa, sino huerta navarra, también se cría bravura y verdad, porque sin toro, no hay nada.

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