Cuentan los que saben, que nuestro cerebro se rige por dos hemisferios: el izquierdo, mucho más racional y el derecho, que para mí es el bueno, que procesa los sentimientos.
Dicen además, que para el hemisferio derecho, no hay temporalidad. Todo sucede hoy, aquí y ahora.
Ambos son complementarios y no excluyentes porque a través de la razón y del conocimiento, se llega mejor al sentimiento.
Me decía el otro día mi querida Maribel, que ver una corrida de toros es lo más parecido que hay a entrar en un museo y tiene razón: Admiramos cada cuadro en función de nuestro mayor o menor conocimiento y hay unos que nos encantan, otros que no nos dicen gran cosa y los más, que ni siquiera comprendemos.
El arte es así.
El toreo es así.
Cada cual ve un matiz diferente y no por tener mayor o menor conocimiento, siente más o menos, sino que percibe la obra de una manera distinta. En resumen, el arte se percibe de un modo subjetivo.
El arte es múltiple.
El toreo es uno.
La afirmación es pretenciosa y aún así no es mía. No os la voy a explicar. Pensadla, el hemisferio izquierdo os dará una buena respuesta.
Ayer en la Ribera, me volví a emocionar y mi hemisferio derecho noqueó al izquierdo. Le pegó un sopapo a dos manos, que son las de un torero capaz de juntar los cuatro elementos que definió hace ya unos miles de años, un tal Empédocles de Agrigento y dominarlos de tal modo, que consiguió controlar hasta la última mota de tierra que desplazaba su muleta, el fuego de los pitones y el recorrido del aire entre las telas.
¿Y el agua?
La que encendía nuestras pupilas.
Siempre que estoy con Urdiales, procuro escuchar mucho, le dejo que hable, que me explique el toreo, porque el toreo es uno y él se lo sabe de pe a pa.
Y le doy la razón porque la tiene.
Aunque ahora le he pillado en una pequeña mentira:
Él dice que el toreo es imperfecto
Y ayer no fue así.
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