Antonio, aparenta ser de ese tipo de personas que piensa más de lo que dice y que aun teniendo las ideas muy claras, sabe que la vida que encierra una ganadería, es maravillosa unas veces y muy puñetera otras.
Consciente de la respuesta, lo primero que nos pregunta nada más subir en un todo terreno con más cornadas que el peto de un caballo de picar, es que cómo vemos esto del toro.
Detrás de su aparente tranquilidad, subyace la tristeza de ver cómo el campo bravo más modesto y menos pretencioso, se ve más ahogado cada día por tres o cuatro factorías de toros, que ávidas de sacar rendimiento a todo, casi no dejan hueco ya ni en las novilladas sin caballos.
Su vida, la real, o quién sabe, la otra, la vive lejos de la ganadería, aunque sueña con que llegue de nuevo el jueves para ir a ver sus animales. Me dice que estaría todo el día recorriendo la extensa finca de arriba abajo viendo a las madres, a los becerritos e incluso a los cochinos de montanera que ayudan a sobrellevar el gasto que hoy en día supone criar a un toro bravo. En ese momento pienso, pero no lo digo, que yo si fuese ganadero me pasaría como él las horas muertas mirándoles. El toro tiene algo de hipnótico: una vez que se fija en ti y no te queda más remedio que bajar la vista, quieres volver a verlo, fijarte en sus reacciones, en sus ojos, en su morfología...
Antonio es un ganadero romántico que prefiere dejar que sus vacas mueran de viejas, a sacrificarlas una vez que no se preñan, de hecho, aún vemos por ahí a las fundadoras de la ganadería con el hierro de la estrella
Han pasado más de veinte años desde que un lote de vacas y un semental de Jandilla, diesen el pistoletazo de salida a esta aventura. La morfología se mantiene, como se mantienen ciertos goterones ancestrales que nos llevan a otras épocas de pelajes diferentes. Me comenta el ganadero, que le suele preguntar a Borja sobre el origen de esas capas y por lo visto lo tiene más que localizado a través de esos libros "milagro" que encierran la historia de una ganadería.
De regreso a la preciosa plaza de tientas, donde nos espera una copiosa chuletada cortesía de mi querido Club Taurino de Alfaro, nos detenemos en la encina más que centenaria, que nos recuerda el paso del tiempo y nos deja claro que a lo mejor envejecer no es tan malo.
P.d.- Hay muchos clubs taurinos en España, que se están haciendo "mayores". Es obligación y devoción moral de los que aún nos sentimos medio jóvenes, conseguir que nuestros socios más antiguos puedan seguir disfrutando de salidas al campo bravo. En la Rioja y alrededores, somos unos cuantos clubs, que perfectamente podríamos unirnos para que estos viajes se sigan realizando. No parece tan difícil esa unión a través del toro, en estos tiempos de todo lo contrario.
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