Noventa primaveras no exentas de unos cuantos duros inviernos tienen la culpa de que el Faraón de Camas haya alcanzado, de entre los mitos, la condición de eterno.
Mi padre ya hablaba de Curro en casa, de aquellas broncas (hasta en eso es especial) que durante años le perseguían por esas plazas de Dios, sin que nadie explicase el porqué de la fe inquebrantable de sus correligionarios. Para mí, aficionado en ciernes, la imagen de Romero, era la de un señor muy serio, entrado en años, agitanado, embutido en un traje de luces y resguardado por aquellos escudos que esquivaban los iracundos almohadillazos de quienes se sentían estafados. Con el tiempo se ha dicho, por el currismo obviamente, que aquellos enfados no eran producto de un engaño, sino consecuencia de la frustración por no verle torear. Cuando ya fui entrando en materia taurina, leyendo y viendo vídeos, maldije mi suerte de no haberle podido ver torear en la Maestranza. Sólo pude disfrutar de él en Burgos en un par de ocasiones y todavía recuerdo siete verónicas, siete y a un Gonzalito en perfecta simbiosis con su matador: con sólo levantar la mano en el burladero sin volver la cara, su mozo de espadas ya sabía que le tenía que poner un pitillo entre los dedos. "Qué bueno le sabe el sigarrito, Maestro", se escuchó desde el tendido. Y el Maestro asintió despacito.
Es muy difícil, para alguien tan limitado como un servidor, escribir sobre Curro Romero y no caer en los tópicos, repitiendo historias y anécdotas manidas sobre este ser tan especial, pero lo consiga o no, creo que como aficionado, se lo debo.
Estoy seguro de que si el Faraón volviese a nacer taurinamente en los tiempos que corren, hubiese sido un torero de los llamados "de arte" con muy pocas oportunidades y seguramente abocado al ostracismo. Hoy en día el público busca espectáculo, regularidad y arrestos, obviando en la mayoría de las ocasiones, el valor que hace falta para torear despacio y menospreciando la virtud del temple y el compás. Bien es cierto, que cuando en contadas ocasiones, a día de hoy se produce el "milagro", el desconcierto del personal al contemplar algo tan diferente, les lleva a plantearse en muchos casos, si lo demás merece la pena.
Curro fue y es un hombre sencillo al que aún a día de hoy, le sorprende y le agobia el agasajo y la idolatría existente hacia su persona y eso que Doña Carmen Tello ha ejercido con el torero una positiva influencia a modo de Pigmalión. Creo que de no tenerla a su lado, el de Camas, saldría poco o nada de su casa y se mantendría alejado de homenajes y eventos.
Curro fue y es un hombre sensible y ese es el mejor matiz que definió su toreo: el sentimiento. Consecuencia inmediata de ello: no se puede desarrollar algo que no se siente. A día de hoy tenemos todavía frescos esos tuits de Julián López "El Juli" en los que escribía: "hoy me he sentido". A sensu contrario, la interpretación de los mismos, es que había otros muchos días, incluso de triunfo, en los que no se sentía. Curro se sentía siempre, y si no..., espadazo donde se podía y a otra cosa, porque torear sin sentir, no es torear; puede ser lucha, pelea, ansia de triunfo, pero no toreo. Y no me malinterpreten porque creo firmemente en que cada torero siente de una manera y que el sentimiento también existe en conseguir que una fiera corrupia no te arranque la cabeza, si bien a nivel artístico, eso es algo diferente.
Curro fue y es silencio consciente. Con el tiempo me he dado cuenta de que los pobladores de la tierra, a veces hablamos mucho pero no decimos nada. Cuando vi el final de la serie dedicada al torero, con esa mirada al vacío, nos dijo todo lo que en ese momento estaba pasando por su cabeza. Y es que, la reflexión a lo mejor no consigue hacer grandes toreros, pero sí grandes personas, seres que pueden presumir, aunque no lo hagan, de estar en la mayoría de ocasiones en posesión de la verdad, esa verdad única que como escribió Tabucchi se quedó sola porque no encontró marido.
Curro fue y es, todo aquello que nosotros no vamos a ser.
Nos conformamos con saber que está bien.
Felicidades Maestro.
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