Foto: Plaza1 |
Ya no se entiende el lenguaje de los signos que va dejando un toro desde que sale por chiqueros, o se malinterpreta. No se sabe descifrar el porqué de cada acción-reacción de cada torero y su oponente y lo peor de todo, es que no interesa saberlo.
Madrid, esa capital de España a la que llegamos "los de provincias" con el ritmo vital más pausado, tiene la prisa metida en las venas. Como escribía el otro día en twitter, los minutos de silencio son de veinte segundos, los alguacilillos llevan a los del paseíllo casi a ritmo de marcha atlética y los presidentes sacan el pañuelo blanco sin que ni siquiera se le haya podido dar un capotazo a un toro abanto de salida. Las faenas pausadas, rara vez se consienten (la última que recuerdo fue la de Pablo Aguado hace unos años en otoño) y eso de que haya un lapso de tiempo entre muletazo y muletazo, se lleva bastante mal.
García Pulido se encontró con un toro de confirmación que exigía un conocimiento más profundo del encaste, para que los muletazos fuesen igual de profundos. Ganó el toro. El sexto tuvo el alma que le quedaba a la tarde, nada.
Morante dio un recital de torería incomprendido con su primero, igual de intenso que su sainete a espadas y al segundo tal vez le atizó demasiado en el caballo, pero aún así, poco más que ese maravilloso inicio (con la espada de verdad en la mano) hubiese aguantado.
El tercer toro, primero de mi querido Urdiales, sale igual de abanto que sus hermanos, pero hay un momento en el que el Pirri le deja el bicho a Diego para llevarlo al caballo, que ya le indica al torero que puede servir para la muleta. Como he escrito, Madrid ya no repara en que un simple capotazo de un matador de toros, para colocar a un animal, en el que éste quiere meter la cara, puntea cortito el capote y empuja con el morro hacia adelante, sea una señal.
De hecho, Madrid se sorprende cuando ve que Urdiales (éste sí que no tiene prisa) les brinda un toro que ellos no entienden y más sorpresa les produce todavía ver cómo en el segundo muletazo el torero ya está toreando (lo que es torear), porque tampoco sabe, como sabe el torero, que el toro puede rendirse pronto.
Cuando la cátedra entra en la faena, llega el toreo a la mano izquierda y en el tercer natural que fluye y se corea, el toro ya dice que no da para más y las embestidas cambian, no a mal, sí a peor, y sobre todo, a contraestilo de Madrid, porque aquello se ha de ralentizar y el personal no está para perder el tiempo. El bicho ya sale desentendido del embroque y cuando Urdiales vuelve a coger al derecha, el toro ya no es el mismo, porque se defiende, tardea y protesta aunque parezca que la sigue, pero parte del respetable no se entera y cree que el toro que antes no valía, ahora es muy bueno.
Después de tirarse como un león tras la espada, Urdiales reivindica su vuelta al ruedo tras una petición, no mayoritaria pero suficiente y hace bien, porque está revalorizando el toreo frente a quienes sólo quieren movimiento y velocidad y tienen tanta prisa, que la vuelta al ruedo en cuestión no es que les moleste por merecida o inmerecida, les molesta porque ya quieren ver lo siguiente, cuando ni siquiera han sabido paladear el ahora.
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