jueves, 27 de marzo de 2014

Aplaudir en los aviones


Y ahí está un servidor, en la fila 17, asiento B, en pasillo por aquello de que, curtido en mil viajes, prefiero que me molesten las azafatas cuando pasan con el carrito, a sentirme de nuevo un parvulito pidiendo permiso al viajero/a de mi izquierda para ir al baño. Mi cinturón abrochado, mi asiento no reclinado, la mesita recogida y la cazadora en el portaequipajes superior. Domino todas las normas a seguir en caso de avería y también controlo el padrenuestro en caso de catástrofe aérea, por lo que, curtido en mil viajes, miro sin mirar los gestos de la sonriente azafata mostrando las zonas de evacuación como si realmente creyese que si la aeronave se fuera al carajo, nos íbamos a salvar alguno.
Y aquel amasijo de metales y plásticos variados despega en contra de lo que mis leyes de la física me indican y una vez más, uno que está curtido en mil viajes, se adormece sin tan siquiera reparar en las caras de susto de los que le rodean.
Y después de un aburrido trayecto llega la hora de aterrizar. Algunas familias se cogen de la mano, dos niños lloran porque siempre tienen que llorar y las azafatas, sentadas obligatoriamente en sus asientos, comentan lo bien que quedan las uñas de color verde con el esmalte que anuncian por la tele. El cacharro, en contra de lo que mis leyes de la física me indican, se posa sobre la pista y un nutrido grupo de viajeros aplaude mientras otros dos niños lloran porque siempre tienen que llorar. Y otra vez un servidor, displicente, siempre piensa lo mismo: por qué aplauden si lo normal es aterrizar?.
Y porque en esta vida, al menos para Jesulín de Ubrique y para mí, todo es como el toro, nosotros, los que estamos hartos de viajar en avión, vemos normal (de norma) no aplaudir cuando muere un toro manso, cuando el coletudo de turno no ha estado fino, ó cuando ambas circunstancias se unen, y no conformes con eso, miramos con vanidosa indiferencia a quienes le tocan palmas hasta al de la manguera de riego, sin darnos cuenta de que lo que para nosotros es normal (de norma), para ellos es algo extraordinario y para colmo olvidamos también un pequeño pero importante matiz: ellos son mayoría.

1 comentario:

Enrique Martín dijo...

Monosabio:
¿Y qué me dices si la señorita azafata se sienta en su sitio y se pone a rezar? Pues eso lo he vivido yo. Eso sí, nadie la aplaudió por su gesto. Igual que no sé si a Joselín Dubrique le apludían por haber echado al toro patas arriba o por disfrutar de su extrema "simpatía". Y es verdad, estos eran mayoría, ¿o quizá no?
Un abrazo